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El tiempo sirve para algo más. Sirve, por ejemplo, para degustarlo antes de dar una buena noticia. Mover la lengua y sentir qué dulce es un buen momento. Reír, mirar, comunicar. También sirve para detenerte, entender que es lo que está pasando y valorarlo... Hoy lo he vuelto a hacer. Mi madre ha visto una foto de mí cuando era pequeña y me ha tocado con dedos de bebé. Me he sentido más pequeña e inútil que nunca. Llevaba una camisa de cuadros que me encantaba. El cuello me molestaba un poco porque hacía calor y me provocaba una leve urticaria. Estaba triste porque en la peluquería me habían cortado el cabello demasiado corto, como siempre. Llevaba unos pantalones azul marino de pana sujetados con un cinturón marrón. Los zapatos estaban limpios porque eran nuevos. El negro del charol brillaba encima del suelo apagado. Tenía los dientes más pequeños y blancos del mundo. Por las noches siempre se limpiaban solos y muy bien. Los ojitos eran negros, profundamente cavados en una sonrisa que me alzaba los mofletes y me limitaban mucho lo que ver. Sin darme cuenta, los minutos había pasado volando como un colibrí. Porque con un recuerdo prometedor, se puede dormir encima del tiempo. Solo debo inclinar la cabeza en su hombro, hinchar el pecho y dejar marchar el aire. Como el tiempo que nunca volverá, y como el aire que no quiero repetir.
Fotografía de http://ngenespanol.com/tag/colibri/
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