En esa parte de la ciudad raramente se encontraba taxi y los autobuses ya no circulaban. La humedad y el frío de la noche se me estaban metiendo en el cuerpo. Caminaba cansada mientras vibraba en el aire la última campanada que anunciaba la media noche. Fue entonces cuando de repente oí, más allá de aquella esquina extrañamente iluminada, un profundo grito que me atrajo. El sentido común me decía que huyera rápidamente, pero… dudé durante 5 segundos y me lancé a ver que pasaba.
Miré al fondo de la calle y encontré a una muchacha sentada en la acera llorando desesperadamente. Me pregunté qué le pasaba y decidí acercarme a ella. La chica no se atrevía a mirarme a la cara ni siquiera a hablarme. Pero se dio cuenta de que no quería hacerle daño y me dijo: “No dejes que nadie se me acerque”. En ese momento me quedé en blanco, no sabía que decirle ni que hacer. Ella se negaba a contar lo sucedido. Pero fue entonces cuando me miró y observé una marca en la cara que solo podía ser de violencia. Me pregunté quién podía haber sido: su novio, un ladrón... Ella seguía negándose a contarlo. Le dije de acompañarla a su casa y me dijo: “No tengo casa”. Y fue entonces cuando supe que había sido maltratada. La llevé a mi casa, le di un vaso de leche caliente y la acosté en la habitación de los invitados.
Al día siguiente, ya más tranquila, me lo contó todo. Efectivamente su marido pensando que ella le engañaba, la pegó. Con todas las marcas que tenía en el cuerpo podía denunciarlo, ella decidió no hacerlo porque no quería volver a pensar en ello ni tampoco volver a verlo, fueron muchos años de maltrato. Quería empezar una vida nueva lejos de tanta brutalidad y decidí ayudarla a tener una mejor y feliz vida.
No hay comentarios:
Publicar un comentario