miércoles, 3 de noviembre de 2010

Me considero cobarde

En esa parte de la ciudad raramente se encontraba taxi y los autobuses ya no circulaban. La humedad y el frío de la noche se me estaban metiendo en el cuerpo. Caminaba cansado mientras vibraba en el aire la última campanada que anunciaba la medianoche. Fue entonces cuando de repente oí, más allá de aquella esquina extrañamente iluminada, un profundo grito que me atrajo. El sentido común me decía que huyera rápidamente, pero… pero estaba harto de huir. Huir de los problemas me causaba una irritante sensación de arrepentimiento cada vez que lo hacía, de modo que en ese instante me detuve un minuto para reflexionar antes de seguir avanzando. A cada paso que daba me aumentaba la temperatura corporal. Todo parecía exageradamente ruidoso cuando el silencio era prácticamente absoluto. Primero, las ramas crujían empujadas por la brisa que me azotaba la cara y que ululaba cada vez más fuerte; y luego, entre la oscuridad un búho alzó el vuelo y me hizo estremecer. Ya casi estaba en la esquina cuando vi que la mujer que yo asociaba con aquel grito se acercaba corriendo hacia mí y, seguidamente, se alejaba en dirección contraria. Yo hice lo mismo, y mientas corría, pensaba en lo poco provechoso que había resultado superar mi cobardía. Entonces pensé que en el mundo se encuentra gente muy distinta, y que por lo tanto, me podía permitir ser cobarde si también había alguien valiente.

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