lunes, 6 de junio de 2011

una tarde sin importancia, se convierte en tu destino

Una tarde de primavera, de esas que no son ni muy calurosas ni muy frías, iba yo por la Avenida Madrid de Barcelona, escuchando música y pensando en mis cosas.
Caminé sin rumbo y cuando llegué a Plaça del Centre me senté sin saber qué hacer ni donde ir. Estube algunas horas observando quien llegaba y quien se iba de la plaza.
Llegó una mujer joven, morena, alta, de ojos verdes y con un niño rubio de ojos claros.
Después una viejecita con bastón se sentó al banco de al lado mirando también, cómo jugaba el niño. Una media hora más tarde, unos chicos bajaban las escaleras del metro, que daban a mi espalda, para irse de fiesta en el SeventySeven.
Estaba ya harta de estar sentada en ese banco.
La mujer morena de ojos verdes y el niño ya se habían ido, y la viejecita del bastón hacía unos diez minutos que se había levantado del banco.
No quedaba nadie. Eran casi las nueve de la noche cuando me decidí por seguir caminando en busca de algo que ni yo sabía qué era. En ese momento me crucé con un chico de más o menos un metro setenta de alto, quizás un poco más, y algo musculoso. Era moreno, de ojos marrones y no muy blanco de piel.
Hubo un cruce de miradas, que no sé como definirlas. Podrían ser de pasión, de deseo, cariñosas... Podríamos decir que, aunque no conocía de nada a ese chico, ya sabía cuál sería mi destino. Algun que otro día me debía de encontrar con él. Nada sucede porque sí, todo sucede por alguna razón.
Sí. Dos días después me lo encontré en la playa de la Barceloneta. Yo iba con tres amigos. Me decidí ha hablar con él y me reconoció. Des de ese día mis amigas dicen que antes sonreía a cada minuto, y ahora a cada segundo.

No hay comentarios: